Como entrenador, pero además con la labor de educador (una vez me llamaron entrenador pedagógico para justificar la falta de competitividad de mi equipo durante la temporada pero nada más lejos de la realidad, fue un halago y al final, que es cuando pueden valorarse los resultados, quedamos séptimos), no puedo sino entristecerme con el dilema que se produce con los jugadores no convocados después de cada convocatoria. Desde luego que los tiempos han cambiado, pero no sabía que el esfuerzo, la competitividad y el rendimiento habían pasado a un tercer plano en el aprendizaje deportivo. Había una época en la que el jugador que no entraba en los planes del domingo sabía que el lunes tenía que demostrar el doble, no ser conformista ni buscar excusas fuera del tapete verde. Los entrenadores, y no conozco a ninguno que no lo haga, pone a los jugadores que le parecen más adecuados para ganar. Incluso cuando no pone a los técnicamente mejor capacitados, existe un plan mental previo en el que el partido discurre como se ha pensado y con un resultado positivo. ¿Y qué pasa con los jugadores no convocados? ¿Porqué se piden explicaciones cuando no se juega y nunca se le pregunta al entrenador porqué ha jugado? Sinceramente, creo que la educación es la razón más importante por la que el jugador se queja, por lo que no se esfuerza en aprender más, en ser mejor que sus compañeros o, simplemente, superarse a sí mismo. Después, cuando estos jugadores anónimos adolescentes llegan con un nombre, unas necesidades, quizá una familia e hijos detrás a la lucha diaria de la sociedad por un puesto de trabajo o simplemente para superar un problema, no saben desenvolverse y achacan a otros errores que son propios.
El fútbol, es una probeta de experimentos de la sociedad, en la que los jugadores tienen la oportunidad de ir ensayando sus conductas y cómo se tomarán la vida en el futuro. Los hay soñadores, colaboradores, luchadores y autocríticos, y también los hay negativos, desesperanzados, inmutables y anárquicos. Nosotros, los entrenadores, tenemos una pequeña posibilidad de experimentar en esa probeta y valorar los comportamientos adecuados, incluso, a veces hay que ser exigente para que aparezcan los comportamientos deseados. Pero otras veces la reacción que se produce es una explosión en cadena y nada se puede hacer ante una inmadurez provocada por años de falta de compromiso.
Sinceramente, me produce un gran malestar hacer las convocatorias y más cuando tengo una llamada de un jugador pidiendo explicaciones. Yo las doy, no tengo problemas, siempre existe una justificación por motivos técnicos. A veces un jugador piensa que ha entrenado muy bien pero no es lo que se ha visto desde fuera, o compite con un compañero que ha entrenado mejor o se le nota más “enchufado”. Además, existe la llamada estrategia operativa que son esos planteamientos que hacemos los entrenadores en función del rival y según la cual unos jugadores son más idóneos que otros: no serán los mismos jugadores los que jueguen en Bilbao con un campo encharcado, que los que jueguen en Barcelona con un campo amplio y con espacios, ¿verdad?
Quiero pediros a los jugadores paciencia, con los entrenadores y con vosotros mismos, las evaluaciones como decía arriba, se producen al final. A los padres pedirles que sean exigentes con sus hijos, en los estudios, en el deporte, en su comportamiento, eso hará para el futuro mejores personas para nuestra sociedad.
Publicado por http://rondauniondeportiva.com